El acto definitivo que consagra a Jesús, el Cristo, como un ser divino y sobrehumano, es su triunfo sobre la muerte, algo que ningún mortal ordinario sería capaz de realizar. A partir de su pasión y muerte, y posterior resurrección, todo su mensaje se hace creíble, ya que Él había vaticinado que así ocurriría. Es evidente que para nuestra muy limitada capacidad de entendimiento, sólo un final firmado con sangre, con sabor a sacrificio de un ser inocente víctima de una injusticia despreciable e irracional, tendría la carga emotiva y trágica necesaria para ser recreada a lo largo de los siglos. Otra muy distinta habría sido la historia si Jesús hubiese muerto como pacífico anciano. Habría llegado hasta nuestros días?
Al margen de toda la superestructura y burocracia religiosa, que sólo rinde culto al dios Ego, hoy renovamos nuestra fe en lo esencial del mensaje del judío Jesús, aún válido después de dos milenios y camino de esperanza para la humanidad.
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